Cartas al director
¡En qué manos estamos!
La obsesión de la ministra de Igualdad por el sexo es similar a la de la época victoriana o franquista, solo que por el extremo contrario.
Pero la insistencia en la temática, la estructura de fondo del discurso, el tono apodíctico empleado y el lenguaje no verbal son exactamente los mismos. Y tan perniciosa y delirante resultó la primera como va a resultar la actual, con una diferencia no menor: ahora se va a permitir a los niños, que son niños precisamente porque no han finalizado su proceso de crecimiento y maduración personal, iniciar el procedimiento de cambio de sexo, con todo lo que esto implica desde el punto de vista de la salud (hormonas, cirugía, etc.), un proceso que es irreversible. Ahondando en el tema, la comparecencia de Irene Montero en el Congreso de los Diputados en la que dijo que «los niños, niñas y niñes de este país tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, eso sí, basadas en el consentimiento» raya el delirio.