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Cartas al director

Las dos varas de medir

Ayer, en el Día de Fieles Difuntos, me quise acordar especialmente de los peques que son víctimas de sus mal llamados padres. De los dos sexos. Porque los dos matan. Le guste o no a la ministra Irene Montero, las madres también matan, secuestran o acosan a quienes han traído al mundo. Le acabo de recordar en Twitter que el papá de Olivia se llama Eugenio, no simplemente «el familiar», como ella le ha llamado. Y si es a la inversa, le falta tiempo para acordarse del nombre de la madre. No persista en su actitud, ministra, hablamos de asesinos, padres o madres, y de niños, sus hijos, que se convierten en víctimas. Me parece hasta ofensivo la tardanza en condenar la muerte de la pequeña Olivia. Dos días y lo hizo por presión, que si no, ni hubiera contado para usted, ¿verdad? Los «ismos», en todas sus variantes, me parecen peligrosos y extremos, como el que adolece a Irene Montero, el sectarismo más funesto y erróneo. Quiero ponerme en la piel de los peques en el momento de ser asesinados por quienes, en teoría, deben ser protegidos, imaginar esos últimos momentos, y sólo consigo estremecerme. Así que téngalo claro, ministra Montero: Eugenio es el padre destrozado, Olivia, la peque que ya no cumplirá siete años, y su asesina, que seguro sí sabe su nombre, su asesina, que prefirió «antes muerta que con su padre». Así de frío. Así de cruel.