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Cartas al director

El esnobismo de las calabazas

En la monarquía republicana de Sanchezistán, como en los grandes bazares chinos, puede encontrarse de todo. Desde cajeras elevadas a ministras por el único y discutible mérito de ver crecer los rábanos desde abajo, hasta rasputines salidos del convento, ya sin coleta y con la satisfacción del deber cumplido.

La poltrona bien vale una misa, repite a quien quiera escucharlo el bello zar monclovita sin el menor escrúpulo, después de haber dejado al imperio en el que nunca se ponía el sol expuesto en liquidación junto a toda la quincalla del Rastro de Cascorro, malvendiendo sus pedazos a precio de saldo.

Y, mientras, el respetable público a lo suyo, ofreciendo truco o trato, disfrazados de soldadesca del juego del calamar y arrastrados por el torbellino de la locura colectiva, tan mayoritaria como irresponsable, de búsqueda de otros dioses a los que idolatrar con un nuevo grial en forma de calabaza.