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Cartas al director

Sánchez y las tumbas

Ningún otro presidente de nuestra historia ha mostrado un instinto tan sabueso como Sánchez para perseguir tumbas y exhumar muertos. Ninguno ha tenido tanta afición macabra.

Aunque a la historia pasan aquellos que, a criterios de los historiadores, merecen pasar, Sánchez, henchido de soberbia, se ha adelantado a los acontecimientos. «Pasaré a la historia por haber sacado a Franco del Valle de los Caídos», ha dicho con la arrogancia chulesca que le caracteriza. Atribuirse una acción meritoria por remover los huesos de una momia define su indigencia intelectual y su nivel hipertrofiado de narcisismo. Además, comete la torpeza de pensar que pasar a la historia es un hecho encomiable per se. Ahí tiene a Hitler, Stalin, o Jack el Destripador, «prendas» que habitan en los anales de la historia.

En su disertación habló de la deuda pendiente con los familiares que «aún buscan los restos de sus seres queridos». Y lo dijo sin avergonzarse, quien ha mostrado un cruel sectarismo con las víctimas de ETA, que tuvieron que buscar por las plazas, los supermercados, los cuarteles y las universidades los restos de sus familiares asesinados.

Cambiar de sitio a esqueletos fosilizados, no es un aval para ser inscrito en el «paraíso» de la posteridad. Pero no debe inquietarse porque avales le sobran para merecerlo, como por ejemplo ser el primer presidente de nuestra historia en presidir un Gobierno totalitario comunista, por cerrar ilegalmente el Congreso de los Diputados, por indultar a los autores de un golpe de Estado, por retirar del Código Penal el delito de sedición, por asociarse con ex terroristas para mantenerse en el poder, por mentir reiteradamente a los ciudadanos, o por sacar a violadores de la cárcel.