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Cartas al director

Progresistas

Se quejaba Bieito Rubido en El astrolabio, cuyo título ya lo anunciaba «No le llamen progresistas», sobre lo inadecuado que es aplicar esa denominación a los magistrados del Tribunal Constitucional que representan y obedecen lacayunamente al sector político... progresista. Porque, ¿acaso es más correcto llamar así a los que no siendo magistrados se autodenominan progresistas? Políticos, ideólogos, economistas, artistas, faranduleros, periodistas, abogados, filósofos, cantamañanas, etc., se presentan bajo esa misma denominación por estar a favor del igualitarismo, la ideología de género, el aborto y la eutanasia, el matrimonio homosexual, el ecologismo irracional, el multiculturalismo, el animalismo, la inmigración masiva, el bolivarismo, el indigenismo, el ultrafeminismo, el marxismo, el separatismo, el comunismo, el socialismo, el libertarismo, la okupación, la expansión e invasión del Estado a costa de los derechos personales, etc.

Todas estas cosas nos las venden hoy como progresistas, por mucho que eso nos rechine al confrontarlas con la definición que da el DRAE: «De ideas y actitudes avanzadas». Pero sucede que las cosas son como son, y no como nos gustaría que fuesen; y aunque es evidente que dichas ideas solo nos hacen avanzar hacia el abismo de una sociedad materialista, sin alma y fundamentalmente anticristiana (por más que algunos cristianos pazguatos colaboren con ellos), hay que reconocer que han acabado llevándose el gato terminológico a sus aguas y apropiarse de él, más que por la fuerza de la razón y el peso de los argumentos, por su elevada influencia en los medios de comunicación y por la abdicación y rendida entrega de los contrarios.

No obstante, y para quienes aún alberguen reservas en denominarles progresistas, cabe justificarlo entendiendo que el progreso que buscan los hoy conocidos como progresistas, es el suyo propio y el de sus partidos y facciones, junto al de sus familiares, amiguetes y colegas, por encima de cualquier otro avance y progreso común.