Tenemos el recuerdo del pasado

Hubo una generación, ¡la mía!, a la que la democracia nos parecía una cosa lenta y desprovista de imaginación. Un fenómeno del siglo XX, cuando los girifaltes de las ideas despreciaron aquella forma de gobierno por liberal y anacrónica. Los ideólogos rusos inventaron el comunismo y los otros el fascismo. Convirtiéndose los dos sistemas en propagadores de un nuevo orden. Sin libertad. Para ver quién tenía más fuerza para dominar a la sociedad. Unos pensaron que la democracia era un colchón de papeles inútiles y otros un invento de letrados sin autoridad. Tenemos todo un pasado para comprobar que las ideologías totalitarias fueron de un sangriento fracaso. Con nefastas aplicaciones de la realidad. Ignoraban todo cuanto podría ocurrir o desatarse a partir de sus arrebatos y delirios.

Y aunque nosotros, al igual que ellos en su momento, no sabemos lo que va a pasar con las ideas de este Gobierno con la democracia, sí sabemos lo que ya pasó. Y no tengamos que recordar lo que escribió un poeta en mitad de nuestra guerra incivil.

«Agradezco todos los días no haber nacido antes de esa guerra absurda y fratricida. Así no me puedo considerar cómplice de quienes no lograron evitar esos crímenes entre hermanos».

Hoy, debemos de tener cuidado de no participar con aquellos que quieren destruir nuestra joven democracia, pretendiendo una separación entre los pueblos. Mostrarse precavidos y desconfiados con aquellos que dicen haber descubierto vías mejores para conseguir el bienestar común. Fuera de la democracia, mandar es difícil, obedecer es cómodo. Por eso todavía hay gente que obedece sin pensar quién te manda.

La democracia es lenta, porque aspira a lo duradero. De otra forma sería pasajera, caprichosa y cambiante para los revolucionarios que no creen en ella, poniendo trabas con sus realidades nefastas para perpetuarse en el poder o, lo que es peor, despacharla de un plumazo. Aburrirse de la democracia es tan peligroso como aburrirse de la respiración…