Cartas al director
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI
Tras un largo proceso de deterioro en su salud, el pasado sábado, último día del año, nos dejó de forma definitiva Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI. Es imposible intentar reflejar siquiera someramente en unas pocas líneas su influencia como sacerdote, teólogo, obispo, cardenal, sus ocho años en los que asumió la cátedra de Pedro o los últimos nueve de retiro discreto apoyando desde la oración y el silencio como Papa emérito; el primero desde hacía más de 700 años.
En este sentido, recomiendo la lectura pausada del libro de María Teresa Puga, Doctora en Historia Moderna y Contemporánea, Benedicto XVI: Joseph Ratzinger. Creo que refleja «el alma» del personaje, la precisión de su pensamiento, su profundidad teológica, sus sufrimientos y esperanzas, alimentadas por su fe. La humanidad del Pontífice, aunque escondida en lo más profundo de su ser, aflora en todas y cada una de sus páginas.
Desde estas líneas, quisiera rendir homenaje a su figura. Como intelectual por haber recordado claramente las raíces de Europa («Europa necesita redescubrir sus raíces cristianas, dando espacio a los valores éticos que forman parte de su vasto y consolidado patrimonio espiritual»), como teólogo por habernos acercado la figura de Jesucristo (Deus Caritas Est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona…»), y como líder al enseñarnos el valor de la renuncia como un servicio al pueblo encomendado. En una época de escasos referentes morales, donde el valor de la palabra dura menos que lo que se tarda en pronunciarla, la vida de estos hombres nos indica que hay otra forma de vivirla.
Como dijo recientemente su secretario Monseñor Georg: «Siempre aspiró a cumplir lo que Dios quiso. Cuando llegue a su lado será como llegar a casa». Descansa en paz, Benedicto XVI.