Cartas al director
Diccionario mutilado
Leo en el periódico la desgarradora carta de un hijo a su aitatxo con motivo del veinticinco aniversario de su asesinato en Zarautz siendo él un niño. La rabia me envuelve y maldigo a todos los que intervinieron en ese asesinato como en todos los demás. Este huérfano de padre ha sido obligado desde su más tierna infancia a tachar la palabra aita de su diccionario cotidiano. Son miles las personas cuyos diccionarios fueron mutilados salvajemente por la acción de un totalitarismo inmisericorde cegado por el odio; palabras tales como: papá, mamá, marido, esposa, hijo, hija, hermano, hermana, etc. fueron quemadas en una nueva versión de Fahrenheit 451. Su memoria y expresión verbales han quedado menguadas por el hacha que cayó sobre ellos inflingiéndoles el golpe más atroz, condenándoles a un mutismo parcial. Todos sus sentidos han quedado dañados por la serpiente: no oirán ya el eco que genera pronunciar las palabras más bellas: «Papá, mamá...»; nunca más volverán a ver el rostro de sus seres queridos que se desvanece esbozando una sonrisa, no podrán escuchar el timbre de su voz que ya no identificarían; sus manos no sentirán el placer de entrelazarse con las de ellos, sentir su protección o pasión, tampoco fundirse en un abrazo; sus labios no volverán a acariciar su piel, su olfato no percibirá su peculiar olor. No los tendrán a su lado para hacerles partícipes de sus alegrías, testigos de sus inquietudes y escudo contra sus temores. Sus ojos ya no los verán salvo en el hueco que han dejado, un hueco tangible para ellos; lo darían todo por insuflarles vida mediante el pensamiento. El tiempo discurre sin parar pero ellos siguen sintiéndolos cerca aunque estén ausentes y ese dolor indescriptible e imperecedero es la prueba inequívoca de que a pesar de todo siguen vivos.