Cartas al director
Hno. Adrián del Cerro O.H.
El pasado mes de diciembre recibí, como todos los años, el almanaque de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Acompañaba al mismo una carta de felicitación firmada por el Hermano Superior. En ella me comunicaba el visto bueno de los obispos del sur de España, para iniciar la apertura de la Causa de Canonización del Hno. Adrián, animándome a escribir algún testimonio sobre su persona.
El Hno. Adrián era muy conocido y querido en mi pueblo, Jerez de la Frontera, por su ardua, abnegada y prolongada actividad, más de cincuenta años, como limosnero de la orden, en beneficio de los más necesitados.
Por razones de espacio evito plasmar su biografía, invitando al lector a consultarla en Google. Creo que lo importante es aportar mi pequeña contribución para enaltecer su figura, como persona y como religioso.
Recuerdo como si fuera ayer la cantidad de ocasiones en las que, al verle por la calle, le llamaba para preguntarle hacia dónde se dirigía y ofrecerme para llevarle; sus palabras de agradecimiento me alegraban el día.
Nos consideraba, a mi esposa y a mí, benefactores de la orden, si bien nuestras aportaciones, debido a la limitada economía, siempre fueron esporádicas y escasas. Regularmente nos visitaba para saludarnos y tener un cambio de impresiones de corta duración. Mi mujer y yo sabíamos que esperaba nuestra ayuda, aunque no la solicitara directamente. En una ocasión, en la que nuestros caudales estaban por los suelos, el Hno. Adrián, viendo la cara de desesperación de mi mujer, se las ingenió para deslizar un billete de 2.000 pesetas (12 euros) en el bolsillo del delantal de ella.
Traducido a euros, puede parecer poca cantidad, pero a nosotros nos solucionó la comida de varios días. Aún hoy, nos preguntamos cómo pudo hacerlo sin que nos diéramos cuenta. Algo que nunca olvidaremos.
Pasado el tiempo, tuve la oportunidad de visitarle en el Sanatorio de Santa Rosalía (actual Hospital San Juan Grande) cuando se encontraba ya retirado de su magna y altruista labor, debido a su avanzada edad. Yo le contaba anécdotas y sucedidos del pasado y él me respondía a todo de manera afirmativa y con una sonrisa; era evidente que su estado de salud se estaba deteriorando y perdiendo capacidades cognitivas.
Cuando salía del hospital, no pude evitar que las lágrimas afloraran. Sencillamente, no me había reconocido.