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Cartas al director

Invadidos

La tragedia conocida ayer en Algeciras, con un sacristán asesinado, un sacerdote herido grave y varias personas con lesiones, nos muestra con una tozudez palmatoria lo que no gusta decir porque «no queda bien» o «no podemos generalizar»: Europa no puede seguir siendo una suerte de jornada de puertas abiertas, bien sea por aire (el medio más moderno recientemente conocido), tierra (en las posturas más inverosímiles en las ruedas de autobuses) o mar, en el medio más tradicional en barcas, fletados por traficantes de carne humana u onegés en entredicho, que también. El coladero europeo trae consigo el terrorismo más abyecto y cruel, una invasión en el siglo XXI sigilosa y continua. La bondad humana europea trae consigo la respuesta de algunos energúmenos a base de machetes, cuchillos y una base para erradicar a cristianos muy deleznable. No me canso de decirlo, nos separan de ellos muchas hégiras, cultura e incluso tradiciones, a las que jamás llegarán a involucrarse. Su grito de guerra es de sobra conocido, «¡Alá es grande!», o el más largo, «¡Sólo hay un Dios, y ese es Alá!». Nos piden comprensión, ayuda a la integración, cuando de sobra es conocido que no la quieren, aunque si son ayudas sociales y económicas, entonces hablamos y nos entendemos perfectamente. Hay que poner freno a una invasión silenciosa que aceptamos sin apenas protesta, y damos por resuelta la tragedia con comunicados de prensa, «condenando el acto»… pues sólo faltaba que la comunidad islámica lo ratificara. No es suficiente. Queremos ir a misa con tranquilidad, que los sacerdotes celebren misas con normalidad y seguridad, y si hay que volver a las fronteras físicas, habrá que hacerlo, aunque sea molesto y fastidioso, porque las puertas del Cielo se están abriendo con demasiada frecuencia a quienes todavía no deberían ir, por la trágica razón de abrirlas con tanta alegría los europeos. ¡Espabilemos ante la invasión!