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Cartas al director

La verdad y la guerra

Hace un año, el tirano, desde el extremo de una larguísima mesa, se dirigía al presidente de la República Francesa, sentado al otro extremo, para asegurarle cínicamente que no tenía «ninguna intención ofensiva» en Ucrania. La escena rayaba lo grotesco. Pocos días después daba la orden de invasión y la maquinaria bélica comenzaba a devastar campos y ciudades avanzando a sangre y fuego, al tiempo que desde aquí nuestros 'expertos geo-estrategas' se aplicaban para emitir análisis y previsiones, algunas muy precisas, sobre el futuro de la guerra, aunque la realidad acababa corrigiéndolas. Hoy se han vuelto más prudentes de manera que sus conjeturas son cada vez más imprecisas. También hubo entonces quien trató de justificar la invasión por razones históricas –Rus de Kiev, Crimea rusa, etc.– o como respuesta a la ampliación de la OTAN; incluso había –y sigue habiendo– quienes culpaban directamente a EE. UU. de provocarla, asumiendo fielmente el argumentario que Putin repite machaconamente. Él mismo lo ha reiterado en su discurso de este martes –«ellos empezaron la guerra»– culpando a Occidente de todos los males pasados y presentes, tratando así de justificar su tremendo crimen contra el pueblo ucraniano y el sacrificio de sus propios soldados enviados a luchar y morir. La frase «la verdad es nuestra», con la que cerró su perorata, evidencia el uso de la propaganda como arma de guerra necesaria para proseguir su infamia, sin olvidar la amenaza nuclear. Parece que el desastre va para largo, y sin ser ningún experto me atrevo a pronosticar que de momento la primavera no volverá a reír en Ucrania.