Cartas al director
Es la hora de la fidelidad al Papa
Resulta espectacular por su fastuosidad y belleza, en el fondo de la Basílica de San Pedro, la denominada Glorificación de la Cátedra de San Pedro, de Bernini, con el efecto de estar suspendida y formando cuerpo con la vidriera del Espíritu Santo que da luz a ese representativo espacio. Es como una grandiosa plasmación de la realidad existente desde que Cristo fundara la Iglesia y designara a Pedro para ser cabeza de Ella: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará». (Mt 16 13-19). Es la sede, el testimonio y enseñanza de Pedro asistida por la luz, la acción, del Espíritu Santo. Esta es la sobrenaturalidad de la Iglesia y su milagrosa continuidad a través de los siglos, a pesar de los pesares: persecuciones, apostasías, luchas internas y externas, todo ello en el plano terrenal, pero siempre con abundantes frutos de santidad y la doctrina clara e intangible de Pedro Apóstol y de los sucesivos Pedros que, por designio divino, le sucedieron en estos veinte siglos de historia. Se hace pues necesario, cuando hay serios intentos de derruir la Iglesia, mostrar un apoyo firme al Papa, a sus enseñanzas y a la singular acción salvífica de la Iglesia. Además, la intensa actividad en favor de la paz en el mundo y de la comprensión y respeto entre las naciones, de su activa preocupación social en favor de los más desfavorecidos, de su elocuente lucha por la vida, de su abnegada paciencia ante los ataques de personas o instituciones con fines inicuos cuando no criminales: durante los siglos XX–XXI se han generado más persecuciones y martirios que en la época romana. Es, en fin, pretender el triunfo del mal sobre el bien. Pero la Iglesia, aun en nuevas catacumbas, sobrevivirá porque no es una institución humana, sino divina, y contra Dios es inútil la lucha.