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Cartas al director

Obregón subrogada

Me pregunta una amiga si no le voy a dar la tabarra con el asunto que polariza la actualidad informativa durante esta semana de Pasión, a saber, el posado de Ana Obregón saliendo de un hospital yanqui, a lomos de una silla de ruedas, con su recién adquirido bebé, no sabemos si en Wallapop, en E-Bay o en Airbnb. Vamos a ver, mentarle a un españolito boomer a Anita Obregón es casi como preguntarle a uno de Triana por la Macarena, o sea, palabras gordas, reverencia instantánea o lavarse la boca con lejía antes de.

Mi primer recuerdo de Obregón, Ana, se remonta quizás a alguna Nochevieja de los ochenta, o tal vez a sus cameos junto a Pedro Ruiz en su Qué buena estás, Carolina de la misma época. Lo de los posados con bikini en Mallorca vino después, y dicen que las revistas del corazón con sus posados se vendían casi tanto como el papel higiénico en esos días de incipiente temporada estival. Y hasta aquí puedo contar sobre la influencia que Obregón tuvo en mi vida y en la de muchos de mis iguales. Lo demás no son sino secretos de cuarto de baño inconfesables e inimaginables que jamás les desvelaré.

Y como no quiero dejar cariacontecida a mi amiga, le diré lo que opino sobre el asunto de la nieta adquirida por Obregón, perdón, de la bebé:

Me parece incomprensible que a estas alturas de marzo aún siga de ministro de Interior el señor Marlaska (antes, Grande), después del rosario de desagravios y despropósitos acumulados durante estos años. Me parece irritante que las coimas, la farlopa y las mordidas del asunto «tito Berni» se esté diluyendo en el tiempo sin que nadie relevante caiga, dimita o se sienta interpelado en aras de la higiene democrática (¿y qué más te da?). Me resulta indecente que se esté desviando el asunto de los pisos del marido de la ¿dimitida? directora de la Guardia Civil, señora Gámez, hacia la cúpula del venerado cuerpo militar. Se me antoja sospechoso que el asunto Negreira no tenga más consecuencias que el pataleo de los aficionados en las barras de los bares. Me resulta también sospechoso que en Francia estén quemando las calles los sindicatos porque su presidente les habla claro, mientras aquí, los nuestros permanecen silentes ante la bola de demolición que está derribando el armazón que representa la clase media del país. Me aterroriza despertar en un país en el que cada día liberan algún pederasta, un país en el que un adolescente herido de amor pueda encontrar su alivio amputándose libremente sus genitales, un país donde debes sacarte un título para tener un perro castrado en casa, o un país en el que no puedas estudiar en el idioma oficial que elijas para tus hijos.

Y esto es lo que tenía que decir sobre el 'McGuffin hitchcockniano' de la semana.

Ay, Anita, cuánto te quise y cuánto tiempo perdimos.

Circulen.