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Cartas al director

Aqua nostra

De nuevo la primavera se abre paso en el calendario que rige nuestras vidas. Y de nuevo, mientras disfrutamos de sus primicias, surge la angustia por la falta de agua, o más bien por su gestión, porque la sequía no castiga por igual a toda España. Y es que cuando las lluvias del norte sumadas al deshielo hagan rebosar la cuenca del Ebro hasta verter al mar su preciado excedente, la España yerma seguirá esperando «que caiga». Pero hay dos hechos antagónicos que tienen que ver, y mucho, con nuestra «pertinaz sequía»: contamos, por fortuna, con una extensa red de embalses y pantanos, la mayoría –más de 600– construidos entre 1940 y 1978, durante el régimen de Franco, aunque hoy les quiten la placa que lo recuerda y se trabaje para su demolición. De hecho, sólo en 2021 se han destruido 108 presas –informa el Ministerio para la Transición Ecológica, etc.– se supone que para mejorar el bienestar de los peces. Por otro lado, fue Zapatero, recién llegado al poder, en una España aún noqueada por la matanza de Atocha, quien tumbó el trasvase del excedente del Ebro a quienes más lo necesitaban, un plan aprobado por el Gobierno anterior a pesar de los que gritaban «el agua es nuestra». Y a cambio, mandó construir nada menos que 51 desaladoras, un gran fiasco que desaguó tantos millones de euros como toneladas de salmuera. Pese a todo, los gobernantes deberían retomar con urgencia la cuestión del agua, aunque visto el panorama, mejor dejar que pasen las elecciones, las de primavera y las siguientes, y esperar «que caiga».