Fundado en 1910
Menú
Cerrar

Cartas al director

Reflexión sobre los tres pastorcitos, el sufrimiento y el sacrificio

El 13 de mayo se cumplen 106 años de las apariciones de la Virgen María a Lucía, Francisco y Jacinta, en Fátima. Momentos en los que los tres pastorcillos fueron informados de las guerras, los pecadores, el ateísmo, el comunismo y los sufrimientos. Circunstancias que, al día de hoy, siguen ocurriendo. Centrémonos en el sufrimiento como condicionante, un enunciado difícil de comprender por el mandato que se les da. ¿Por qué sufrimiento y sacrificio, y no alegría y felicidad? Los sufrimientos y sacrificios tienen dos etiologías: Los que se buscan adrede y queriendo con estoicismo, y los que aparecen por culpa de adversidades sin desearlos.

El sufrimiento genera pena, dolor, humillación y desesperanza; no satisface, no es honor ni gloria. El único honor y gloria es el compromiso desinteresado de ayudar al prójimo, demostrando siempre buena conducta, integridad de ánimo y bondad de vida.

El sacrificio no es un placer, es amargura, es infelicidad. Es lo contrario a la felicidad. Con la felicidad nos entregamos, somos solidarios y misericordiosos. La persona alegre consigue una buena calidad de vida, y gracias a su felicidad nunca demuestra cabreo, apatía o desengaño, por muy pesada que sea la carga. Esa carga de la que nadie, por desgracia, está exento.

El sacrificio y el sufrimiento, que siempre van juntos, aniquilan el estado de bienestar y el estado de ánimo. Son dos cualidades negativas y estresantes para el cuerpo y para la mente, consiguiendo un daño que puede ser irreparable, si esos condicionantes se alargan en el tiempo. De lo contrario, la alegría y la felicidad son dos cualidades positivas que contribuyen a un estado saludable de bienestar, logrando, con ello, la tan deseada felicidad, garante de calidad de vida.

San Pablo habla de las tres virtudes: fe, esperanza y caridad, pero, para él, la más importante era la caridad. Si no tengo caridad, de nada me sirve, si no tengo amor, no soy nadie. La caridad, cuando se practica, genera felicidad compartida. De lo contrario, cuando el ser humano muestra impiedad, inclemencia y malevolencia, se destruye a sí mismo y destruye a los demás, por su extremada maldad. En un mundo caritativo no hubiese habido tantas guerras, dictaduras, adversidades y sufrimientos, pecaminosidades y ateísmos, pandemias, infortunios y diferencias e ingratitudes entre pueblos.