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Cartas al director

El triunfo de lo efímero

¿Quién no ha leído una novela o visto una película en las que al final los protagonistas después de arduas dificultades se juran amor eterno? ¿O quién no ha asistido invitado por parientes o amigos a la celebración de sus bodas de plata, de oro, o incluso de platino? Es como la culminación de la felicidad, la fidelidad transformada en felicidad.

Pero ahora estamos en otra época, en otro siglo, y ha surgido una nueva generación. Nueva generación que impone, quiere imponer, sus reglas. Y una de esas reglas es la eliminación de determinadas palabras del diccionario y en consecuencia de la vida práctica: fidelidad, eternidad, imperecedero… Es el triunfo de la sociedad de lo efímero, de lo pasajero, de lo de corta duración. El triunfo de lo transeúnte, de lo caduco, de lo perecedero.

Ya no existen viejos amigos, ahora es: una vez conocí, o una vez coincidí, o una vez tuve… nada hay permanente. Bueno, sí, algo se desea de manera constante y es una buena liquidez económica para destinar a lo efímero: nueva ropa, nuevas distracciones, nuevos aparatos informáticos porque en breve tiempo todo se vuelve obsoleto.

¿Satisfacción, felicidad, complacencia, confianza, seguridad? No, lo efímero no conduce a ninguno de estos términos perdurables. La belleza de la vida va por otros derroteros: convivir responsablemente, considerar a la persona como ser humano cargado de trascendencia, arriesgar en favor de los demás, asumir con seriedad los grandes desafíos de la propia existencia. Es decir: aceptar responsablemente la condición del ser y del existir destinados a un fin concreto: el bien.