Cartas al director
La renuncia del mejor
El don de Dios suele ser despreciado por quien no lo tiene. Los dones esclavizan, no perdonamos nunca la excepcionalidad del género. Los mediocres inútiles de los que nadie espera nada son los que disfrutan de mayor bienestar mientras martirizan a quienes tienen una virtud.
Los peores alivian su envidia y frustración siendo crueles con los mejores. Se critica lo que no se sabe, y lo que no es capaz de realizar, hay tres cosas que destruyen al mediocre: la mentira, la soberbia y la envidia. Y tres cosas engrandecen al mejor: la esperanza, la paciencia y la honestidad.
La primera vez que vi a un hombre dejar en una plaza al público tirado me emocioné. Fue un torero sevillano que le daba miedo a sí mismo. No era un miedoso. Era un sufridor. Le había caído la bolita del cielo en la montera y no sabía qué hacer con ella. Esa tarde grande. Cuando el don se posa en la cabeza es inevitable levitar con él. Y si al genio le falta el duende, le falla el corazón sin compasión. Da la «espanta» y se va.
Desde entonces soy currista del don del artista, detesto el derrotismo tanto como el triunfalismo, pero me llevo bien con el triunfo y el fracaso, lo considero necesario. No hay que celebrar los triunfos ni sufrir por los fracasos. El gran defecto de esta sociedad es que no quiere valorar lo bueno, no sabe esperar la inteligencia. Tiene prisa hasta para aburrirse con lo malo del ser humano.
Esta es la era de los resultados de la mediocridad, de la competitividad extrema, de la polarización de la ignorancia. Una sociedad solo prospera cuando da al misterio de la inteligencia tanta importancia como a los números…