Cartas al director
Francisco Ibáñez: In Memoriam (1936-2023)
Tengo 28 años y puedo presumir de pertenecer a esa generación que vivió antes de la digitalización de la infancia: la noticia de la muerte de Francisco Ibáñez, uno de los grandes del cómic español, me ha transportado a cuando con diez u once años mi tío-abuelo Manolo me regalaba en sus visitas al pueblo alguna entrega de los singulares personajes de Ibáñez: cuadernos que no superaban las ochenta páginas, con las esquinas y las páginas gastadas por el uso y el normal transcurrir del tiempo y con el precio marcado en pesetas, pero que no habían perdido todo el colorido, tan llamativo, tan ilusionante para aquel niño, que contrastaba con los blancos bocadillos donde sus personajes hacían desternillarnos de risa con situaciones risibles por absurdas y que aún hoy conservo en un lugar especial de mi biblioteca por el valor que tienen para sostener esos recuerdos de mi infancia. Mortadelo y Filemón, el joven botones Sacarino y el Rompetechos, entre otros, se quedan hoy huérfanos, pero puede marcharse tranquilo el maestro: todos los que crecimos –y aún hoy hacemos acopio de cada edición que encontramos, ya sea en librerías de viejo o en reediciones conmemorativas– nos haremos cargo y cuidaremos bien a sus hijos de tinta y papel como parte de nuestro corazón que son.