Cartas al director
Y Salomón pasó a la historia
Se leía hace pocos días en la Misa dominical unas breves líneas del Libro Primero de los Reyes la petición que Salomón hizo a Dios al comienzo de su reinado: «Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal. Pues, cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan inmenso?» Y la respuesta sorprendente de Dios no se hizo esperar: «Por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia, yo obraré según tu palabra: te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti». Ignoro si algunos escucharon esta secuencia e ignoro, también, si algunos la habrán leído alguna vez. No sé si estas palabras tocarán el corazón de nuestros políticos; no, desde luego que no, vamos a ser sinceros y rendirnos a la evidencia: no hay en ciernes ningún otro Salomón.
Un corazón sabio e inteligente para gobernar con justicia y discernir el bien del mal parece ser demasiado elevado, es en estos tiempos en que vivimos como una utopía, un ensueño, algo inalcanzable. Sin embargo, es algo posible en cuanto que los políticos se convirtieran en personas de buena voluntad, ¿otra utopía? Se puede, se debe creer en el hombre porque esto es un principio razonable e inherente a las personas humanas, ¿o es que acaso los políticos se consideran una especie humana singular dotados de cualidades excepcionales? Son hombres como los demás, capaces de aciertos y de errores y, por lo tanto, capaces también de discernir el bien y el mal y de elevar al cielo su pensamiento.