Cartas al director
La noticia del verano
Las negociaciones de los partidos políticos, el precio de las hipotecas, la ola de calor, los fichajes en el fútbol, todo ha quedado barrido por un tsunami procedente de Tailandia: el asesinato, descuartizamiento y ocultación de los restos de un ciudadano colombiano a manos de un joven cocinero español. El hecho de que el asesino sea hijo y nieto de famosos artistas de la farándula ha generado una inusitada y morbosa expectación; leo y escucho con suma atención cómo funciona el sistema penal tailandés, cómo transcurre el día a día en sus hacinadas, sórdidas y corruptas ergástulas. Llegados a este punto me malicio que su propósito no sea otro que el de infundir compasión y generar comprensión para con el detenido al ver el futuro, ganado a pulso, que se le avecina. El hecho de haber confesado un crimen tan aberrante, minuciosamente planeado, nos define bien a las claras la catadura moral de ese sujeto. El Código Penal tailandés nada tiene que ver con el nuestro; su concepto de justicia punitiva se encuentra en las antípodas respecto a la llamada justicia «restaurativa» que beneficia exclusivamente a quien quebranta la ley. La condena que le impongan será cadena perpetua, sin apellidos, o la última pena, sujeta a indulto real. En la actualidad hay compatriotas, sin abuelo ni padre famosos, cumpliendo pena en países cuyas penitenciarías son el pandemónium; nadie se acuerda de ellos ni se preocupa de su infierno cotidiano. «Dura lex sed lex», quien la hace la paga y no le salva ni Curro Jiménez con su banda.