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Cartas al director

De la tolerancia a la permisividad

Al comienzo de mi vida laboral tuve que manejar ciertos aparatos de precisión (calibres y micrómetros) para comprobar las dimensiones de algunas piezas esenciales en determinados mecanismos. En el plano que se le había facilitado al fabricante se indicaba la cota (dimensión) requerida y el error (tolerancia) máximo o mínimo (por encima o por debajo de la cota) que se permitía (a veces se trataba de centésimas de milímetro). Este «error» no invalidaba la pieza: estaba dentro de las tolerancias; pero fuera de esos límites la pieza era desechada.

Ya en el presente y aplicándolo a la vida social se podría denominar en términos coloquiales como «tolerancia» a aquellas actitudes o comportamientos que tienen como consecuencia un «mal menor», cuya erradicación podría considerarse compleja o complicada, pero que en ningún caso y bajo ningún prisma óptico se podrían calificar como un bien. Muy por el contrario es el denominado «permisivismo», es decir, donde la tolerancia se ha sobrepasado claramente en exceso por lo que los hechos se convierten en inadmisibles.

Y este es el planteamiento actual: hasta dónde llega la tolerancia y cuándo comienza el permisivismo. No es, pues, nada factible determinar, y mucho menos legislar, los límites de uno y la extensión del otro. Y aunque muchas veces esas actitudes o comportamientos nos las presentan atribuidas a grupos de personas hay que reconocer en ello la responsabilidad personal e individual. La falta de personalidad, de formación, de madurez, de sensatez… son factores que justifican el porqué de esos actos, pero en ningún caso pueden utilizarse como eximentes y sí, muy en sentido adverso, como agravantes y condenatorios.