Cartas al director
Vuelta a la cotidianeidad
Se me ha escapado el día, señores. También el mes, y con ellos las vacaciones. Las mías y las de tantos otros que tanto anhelábamos solo hace un mes atrás. Qué poco ha cambiado nada desde entonces, cuando embarqué en A Coruña.
Hoy, ya recogido y amarrado en Ribadeo, habré de recuperar el desbarajuste electoral del que me zafé entrando en la Ría de Ferrol. Un mar de fondo enrevesado que ya viene desde mayo, y con previsión de mala mar para largo, aún tras la investidura. Me despojé de la entonces esperanza del mundial al rebasar el Cabo Ortegal. Ahora, ya en el Cantábrico, vuelvo a él, esta vez con victoria de nuestras chicas, ensombrecida por el sin vergüenza y zafio de Rubiales.
Se me quedó también la guerra de Ucrania, esta vez dejando atrás la Estaca de Bares. Ahora me reencuentro tal que ayer, en esa ofensiva ayer y hoy todavía primaveral en que se quedó trabada en las páginas de los diarios. La miseria en la que se han empeñado nuestros líderes de aquí, y de allá, hasta que acabe pudriéndose ella solita, a saber cuando.
Nada ha cambiado desde el inicio de nuestras vacaciones. Nos reencontramos con las mismas historias de las que nos despojamos un mes atrás, como si las vacaciones hubiesen sido un paréntesis; un punto y seguido que hemos de continuar. La vida cobra luz propia en vacaciones, con navegación o sin ella. Antes de que adquiramos conciencia de ese más de lo mismo, creo que es bueno que nos detengamos por un instante en esa preciosa memoria de nuestro veraneo. Un ratito para degustar. Un mirar atrás, que cuando menos nos permita despedirnos con elegancia de ese reciente pretérito, que en mi caso cobró forma con mis compañeros de navegación en el Quinto Real. Invernado el barco, toca ahora zarpar a la cotidianeidad.