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Cartas al director

F.E.R.: Formación del espíritu racional

La derrota que va tomando la nave social suscita una inquietante preocupación, porque no se atisba en su horizonte tierra paradisíaca, ni acogedora. En la carta náutica una lacónica inscripción, «destino desconocido», presagia un futuro incierto y amenazador.

Debiera alertarse al pasaje para que comprenda que es mejor virar a tiempo, y que luego lo requiera de quienes puso a los mandos del timón.

Incumbe empezar los padres, reclamando de los responsables educativos otra asignatura que, emulando a la olvidada «Formación del espíritu nacional» (FEN), impartida hace años en el bachillerato español, podría denominarse «Formación del espíritu racional». Porque a razonar también se aprende, y la capacidad de raciocinio se puede desarrollar o atrofiar. Y, desde luego, descolocar. Lo propio sería que se ejerciese desde latitudes ubicadas por encima de los hombros. Pero no es extraño ver que se desempeñe al nivel del estómago, y aún de cotas inferiores.

Hoy se enseña «Educación para la ciudadanía» (EpC). Desde luego, la «Formación del espíritu racional» precedería tanto a la antigua «FEN» como a la contemporánea «EpC». Previo a educar como ciudadano es descubrir, con la razón, su ser como persona, su dignidad y la fuente de sus derechos.

¿Es honesta la formación de ciudadanos que hurta las herramientas que les capacitan para elaborar criterios propios, diferenciar la realidad de un espejismo, el argumento verdadero del sofisma, y que les permitirán protegerse del engaño, la manipulación o la desinformación?

Algo se está haciendo mal cuando tantos se desinteresan por conocer a fondo la naturaleza de los problemas, despachándolos de un vistazo superficial, o desistiendo directamente por apatía.

No ser consciente de que se obra mal es grave. Peor, no saber el porqué. Y, razonar mal, gravísimo. La sucesión de decisiones absurdas, e incluso nocivas, serán inevitables. ¡Y qué frecuentemente se adoptan! sin importar si es la buena o la mejor, atendiendo exclusivamente a si me apetece.

«No estoy para comerme el coco», escuchamos muchas veces. Pararse a reflexionar, analizar una situación, agota. Pensar cansa. También aquí, el ejercicio desarrolla y fortalece esa facultad; la inacción, refuerza nuestra pereza mental y entumece el entendimiento.

Esto lo saben bien los publicistas y los políticos. Su esfuerzo se dirige a elaborar un lema, una consigna, una imagen atractiva, una frase bien sonante, y repetirla una y otra vez, en lugar de argumentar.

Inhibirse nos haría corresponsables, pues contribuye a incrementar el número de los que se conformarán con que sean otros quienes piensen por ellos. Y, ese numeroso grupo de «ciudadanos», delegará decisiones que nos afectarán.

No tardará la «Inteligencia artificial» en ponérselo mucho más fácil. Y podrán exclamar, aliviados, ¡qué descanso!.