Cartas al director
Dictadura relativista y realismo
La mejor manera de terminar con una utopía es implantarla; es cuestión de tiempo. Tiene su coste, pero trasparenta; el problema es cuando se le añade madera a ese fuego creciente. Por ejemplo: maquillar el paro temporal con la terminología fijo discontinuo; no se miente, se cambia de opinión; no se mata, se interrumpe voluntariamente el embarazo; tampoco se elimina una vida, se le da una muerte digna; reunión urgente del gabinete de crisis del Ministerio de Igualdad para erradicar la violencia, que según los convocantes resulta muy útil; se mira el devastador efecto, pero no se busca la causa; el número de suicidios crece y la violencia de jóvenes también; se educa para no tener sentido común; se impone una ley, y se favorece que los violadores salgan antes del tiempo prescrito; las maletas –las que contenían información sobre como decorar un hogar- de Ábalos siguen en su nocturnidad, semejante a las curiosas subvenciones de la fundación que preside; se despilfarra el dinero público y más tarde se pide condonación; si hay que realizar una ley de amnistía (necesaria e imprescindible según el todavía honorable) a medida, se hace, porque la política debe estar por encima de la ley. En general todo se hace francamente bien, defendiendo con pomposidad y vehemencia una retórica humeante del programa, que está francamente mal: semejante intolerancia no se debería tolerar. Lo peor del idiota (nada que ver con Dostoyevski, que en esa obra reprochaba el sistema burocrático-innecesario ruso. Caray, publicada en 1869), no es que lo sea, sino que aplauda y aparezcan más. Todos los afluentes del relativismo desembocan en el mar del realismo y ahí terminan dejando un lodazal de confusión por el camino. Hay que actuar inteligentemente, pero insisto, el tiempo juega un papel muy inteligente con la dictadura relativista, aunque produzca fatiga tanto en el dictador como en los afectados.