Cartas al director
No todos los caminos llevan a Roma
A esa Roma llamada libertad, unión, progreso no se llega ignorando la historia, mintiendo la realidad y despreciando al de fuera... A esa Roma se llega respetando los derechos de todos, la libertad de todos y la justicia por todos aceptada.
Roma se destruyó a sí misma por el ego de sus mandatarios, nunca el pueblo, pobre y hambriento, fue responsable de su división, de su ruina y de su desaparición.
El pueblo sí fue responsable por su silencio, por su voto extraviado y por su ceguera permanente ante realidades inaceptables.
Hoy día, mayorías de pesebre, amamantadas con leche viciada, nunca votarán con libertad sino como los perros, por la comida que, con cuidado, reparte el señor de la finca.
A Roma llegaremos todos si construimos urnas sin doble fondo y transparentes, si anteponemos nuestra libertad al grupo ideológico que me paga....
Sin embargo nuestra realidad está muy clara: poderes fácticos e ideológicos que cierran la sedes representativas del pueblo.
Inexistencia de políticos con personalidad de Estado, que sean capaces de levantarse, defender la honradez, proteger la justicia y, si es preciso, marcharse y jamás ceder sus votos.
Obediencia ciega, capaz de anular la libertad individual y la propia moral familiar.
Acompañamiento político de la jerarquía eclesiástica, creando todo tipo de sospechas.
Destrucción paulatina de la separación de poderes.
«silencio administrativo» como sistema de la famosa «transparencia».
Con esta realidades poco podemos esperar... Roma, «la auténtica», está muy lejos.