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Cartas al director

La vida contrarreloj

Un amigo solía decir que lo que no haces a una edad lo haces a otra. Y que más vale ajustarse a las convenciones sociales para evitar que te juzguen. Lo recuerdo cuando, por otras razones, todo el mundo cita a Karl Marx; aquello de que la historia pasa primero como tragedia y luego como farsa. Rondábamos los treinta y tantos, cuando a mis amistades y conocidos les entraron las prisas: por tener hijos, formar una familia, olvidarse de la cerveza, hacer running. Entonces me asusté, pensé que me dejarían solo con los malos vicios, haciendo equilibrios en una inestabilidad permanente, desfasado y fuera de lugar. Ahora, cuando nos acercamos a los cincuenta –y apenas salgo salvo para ir a algún concierto– se repite aquella misma necesidad urgente por reorientar la vida y corregirla.

No tengo nada en contra de los hábitos saludables y la procreación, solo faltaría. La diferencia es que la primera vez me lo creí, tenía la impresión de que me estaba equivocando por no hacer lo mismo que ellos. Era trágico observar que todos podían cambiar menos tú, condenado a ser auténtico (por cierto, qué deseo más egoísta y nocivo, el de «no cambies nunca»). Esta vez sé lo que ocurrió después. Padres primerizos a los 49 años porque salen con chicas de 30, cincuentones que aparcan el alcohol entre semana para desfasar el sábado por la noche, dietas que agrían el carácter más de lo que adelgazan, lesiones por salir a correr. Todo esto ya lo he visto antes, desde otra perspectiva. La historia se repite como comedia, y no puedo más que contemplarla con cariño y cierto alivio. Me pregunto si a los sesenta vuelve a pasar lo mismo, o llega un momento en el que ya no te tomas la vida como una carrera contrarreloj. No digo lo que será a los setenta, si llegamos. Ahora no dejamos de recordar a los que hemos perdido en el camino.