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Cartas al director

Ahora no va de constitucionalidad

Se ha creado la sensación de que si la amnistía fuera constitucional no habría razones para no aprobarla. Pero hay millones de razones para que esa ley sea rechazada y se cierre la puerta a la pesadilla que nos acecha. Ha de ser ahora, sin esperar a que Europa nos rescate, los jueces nos salven o Conde Pumpido decida estrenar una toga limpia. Esos millones de razones se llaman votantes y las encuestas de opinión dejan ya muy claro que muchos que fueron contabilizados como «mayoría social» de Sánchez siguen estando, como el 23-J, en contra de la amnistía y de lo que la acompaña. Quieren lo que les prometieron cumplir. Engañados, les espera, como a todos, una estafa gigantesca, económica y en igualdad de derechos y libertades. Entre tanto, los miles de millones vuelan como hojas otoñales y aterrizan en nuestra deuda pública.

Percibo a Sánchez sometido a un conflicto entre su megalomanía y su ya cotidiana obligación de mostrar humillante sumisión a Puigdemont. Esto explica sus desvaríos de los últimos días. Parecemos estar en manos de esos dos individuos, autárquicos pero frágiles. Pero hay otros en el Congreso con el mismo poder y responsabilidad en su decisión que esos dos: exactamente 120. Se espera de ellos que ejerzan de focas aplaudidoras colaborando a malbaratar nuestro presente y futuro. Sánchez les desprecia y a la vez les teme porque sabe que un día tuvieron dignidad y pueden despertar. Cada voto suyo es tan decisivo que basta con que tres de ellos y una prudente decisión de Coalición Canaria (que puede en otro caso ver un día sus islas cedidas al Reino de Marruecos) voten no a la ley de amnistía. Podrán volver a dormir con su conciencia tranquila y con el respeto de sus votantes. Me niego a creer que esto sea imposible. Y si lo pareciera, soy de la generación del 68, veo la realidad, y les pido lo imposible.