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Cartas al director

Imitando a Sísifo

Hemos podido comprobar, y a los hechos me remito, que el vanidoso narcisista al más puro estilo cesarista, en la presentación de su libro –será suyo, pero no lo escribió– en muchas de sus intervenciones se comparó con Sísifo, ese personaje mitológico ambicioso y ruin, que engañaba a todo el mundo para conseguir sus propósitos, y que, por ello, fue castigado por Zeus para transportar, en la eternidad, una pesada carga en forma de bola por un empinado terraplén, lo que le originaba, por esa condición al resbalar la bola hacia su inicio, a estar continuamente soportando ese castigo.

Y estaba arropado por sus incondicionales aduladores palmeros, catorce de ellos ministros, que hicieron la rabona sin dar golpe. «Seguro que estuvieron toda la noche trabajando, no como otros que se pasan el día jugando al mus». Y, entre ellos, estaba uno que, «como el ser ministro es una cosa muy seria», en lugar de arreglar el problema de las defectuosas vías de la estación de Atocha, se fue al espectáculo propagandístico de su jefe que presentaba el libro que le escribió una escritora sumisa que, por cierto, no conocemos lo que ha cobrado, por eso de que nadie da duros por pesetas.

Un espectáculo, según se comenta, organizado con dinero público, y en él, el protagonista del espectáculo propagandístico, nos mostró también su clásica vestimenta, no se si de marca o de su sastrería particular, destacando algo sorprendente, sus calcetines coloridos adornados con impresiones blanca, que se dejaban ver por esa subida de pantalones que, al sastre, o le faltó tela para coserlos más anchos, o fueron diseñados caprichosamente por el portador.

Un atuendo muy clásico en él, tal vez por querer imitar a Marlon Brando o a James Dean, que los popularizaron en los años 50, en sus películas Un tranvía llamado deseo, la una, y la otra, Rebelde sin causa. Eran los celebres pantalones pitillos, pantalones muy estrechos que, me imagino, son difíciles de poner, incluso pueden ser incomodos. Pero, como es como es, no deja de ser rebelde, en este caso, con causa, por ese deseo imperioso que, en su caminar por la vida, le impone su excesiva complacencia egocentrista.

Y se aprobó la amnistía gracias a los siete votos de la ignominia. Y la alcaldía de Pamplona, del PNV, pasa a Bildu gracias al PSOE.