Fundado en 1910
Menú
Cerrar

Cartas al director

La paz, tan necesaria

La Navidad en estos tiempos cuenta con una intensísima representación cultural; familias amplias y muy felices alrededor de una mesa que presiden unas viandas, acompañadas de un montón de regalos que, literalmente, caen del cielo. Se trata de un imaginario social instituido, una excelencia que representa aquello que todos deberíamos ser pero ninguno somos, al menos en su totalidad. Muchos, de hecho, estamos muy lejos de ese ideal. La realidad es que somos mucho más imperfectos. La soledad es una de las epidemias de nuestro tiempo y afecta a jóvenes y mayores. Enfermamos, tenemos miedos, dudamos y sabemos que los regalos se pagan con horas de trabajo para conseguir un dinero que muchas veces es insuficiente. Crispación es un significante de actualidad. Nos habla de una urgencia de ser, de llegar, de demostrar, de ocupar un lugar central. Algo muy común en el funcionamiento mental del adolescente que ha permeado también la infancia y la adultez. Todos necesitamos ser vistos, escuchados y reconocidos. Todos al mismo tiempo, queriendo tener la verdad de nuestro lado y solo de nuestro lado. Freud nos enseñó que la palabra puede ser terapéutica cuando cuenta con una escucha atenta. Escuchar genuinamente no es algo demasiado habitual en nuestros días. Cuando vemos el parlamentarismo o el tertulianismo como representación del debate social, asistimos a una sucesión de monólogos, chascarrillos, ideas ingeniosas para el lucimiento propio y la descalificación del otro. Ese otro que no existe más que como rival, que pretende mi mismo protagonismo y quitarme mi razón. ¿Cuántas veces nuestras sobremesas reproducen ese patrón? Crispación; si no hay escucha no hay encuentro, si no hay encuentro, no hay consuelo.Vivimos en sociedades en las que estamos pasando, en palabras de Berardi, de estar juntos a estar únicamente conectados. Corremos el riesgo de convertirnos en aquellos humanos de Wall-E, cada uno en su propia burbuja de autosatisfacción algorítmica, como bebés gigantes en una eterna incubadora.

Sin embargo, somos vulnerables, dependientes los unos de los otros a lo largo de nuestra vida, y eso, como nos indica Butler, es también una condición de posibilidad. Afortunadamente, el otro está ahí como oportunidad. Desde la infancia somos los vínculos que establecemos, la interdependencia. Si algo tiene la Navidad, más allá de ser una bacanal del consumo, es que genera un tiempo colectivo para el encuentro y la fiesta. Días dedicados a volver sobre aquellas relaciones que necesitamos para seguir adelante. Vivir también puede ser esto; compartir, conversar, tocarnos, celebrar, escuchar, mirarnos a los ojos y bailar juntos. Está la guerra, es cierto, tan presente en estas fechas, la destrucción del otro, el desamparo de la infancia y el odio. No olvidemos Palestina, Ucrania, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Birmania, Nigeria, Siria, ni cualquier otro lugar donde las armas silencian la palabra y los cuerpos se convierten en carne.

Precisamente por esto, en reivindicación de otras formas de ser y estar en el mundo, vertebrando comunidad, por todos ellos y por nosotros, tengamos la fiesta en paz.