A quién nos gustaría parecernos

Cuando uno es joven tiene que ir labrándose su forma de vida, trabajándola con detalle, de forma individual. Es cuando te fijas en modelos fuertes y claros, para alcanzar así una cierta plenitud de tu personalidad.

Empiezas por pensar eso de que, «cuando sea mayor me gustaría parecerme a»… y tienes unas cuantas personas que te gustaría parecerte. Tus padres, tus hermanos, tus compañeros de clase, siempre eliges alguna persona, empiezas por descubrir a alguien especial, esa persona que te produce «admiración» y una reacción de copiar, de seguir unos pasos más o menos parecidos. Un espejo donde mirarte, una muestra viva de cómo vivir y hacer las cosas.

Cuando uno ha tenido un modelo de aquel otro, de identidad sana, fuerte, positiva, de entrega a la familia y a la amistad, tratas de ponerlo en práctica en tu vida, y entonces todo es más fácil. Es la seducción positiva. Yo quiero ir por ese camino, a mí me gusta ese modo de ser y funcionar.

Hay dos formas de «aprendizajes» contrapuestos. La imitación y el contraste. El primero se lleva a cabo calcando en algo que yo he descubierto en alguien positivo. El segundo, es el camino inverso, hago lo contrario de lo negativo que he visto.

Los modelos de conducta y de vida se transmiten a través de vidas reales. Las razones enseñan; las acciones convencen; las vidas ejemplares arrastran. Hoy los modelos se han diversificado mucho por la pluralidad de la vida humana, lo que falta hoy en nuestro mundo son modelos de personas autenticas, que nos enseñe lo mejor del ser humano.

Cuando eres joven, te llenas de posibilidades, cuando eres mayor, estas lleno de realidades. Por eso, la vida es un resultado de lo que has hecho con ella, de acuerdo con tu proyecto y haber sido capaz de poner en marcha el «proyecto de vida» claro y realista, con tus argumentos de principios morales, amor, familia, amistad, trabajo, ideas y aficiones. Justo lo que no ha tenido ni tendrá Pedro Sánchez Pérez Castejón. Su programa personal de vida es otro…