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Cartas al director

Un apache en Lituania

Anoche, ya no hay que esperar a que el calendario marque los ritmos, me fui a la cama cuando me apeteció, pequeño placer que se acentúa con la edad a límites insospechados. Me abruman la resistencia y ganas de farra de muchos coetáneos.

Cada mañana empiezo mi recorrido por la web. Intento tenerlo sistematizado, pero ella me adivina el pensamiento y se empeña en llevarme a su terreno. Con fotografías pendientes de revelar, YouTube me ofrece sin pedírselo «Secretos del Revelado Raw». ¿Big Brother? Me suscribo, pero lo aparco porque, al lado, como quien no quiere la cosa, se insinúa impúdicamente un vídeo grabado en el Verona Arena el 28 de septiembre de 2002, con la soprano Susana Gigacci y la Roma Sinfonietta Orchestra: Once Upon a Time in the West, de mi admirado Morricone. Y vuelo sin dudarlo a Hasta que llegó su hora del gran Leone.

Envuelto en su maravillosa banda sonora me dejo ir y revivo capítulos de eso que podría llamar mi educación sentimental, en la que el cine, entonces casi el único nexo con el exterior de la España rural, tuvo tanto que decir. La madura belleza de Claudia Cardinale, deslumbrante Angélica de El gatopardo; Jason Robards, el inolvidable Cable Hogue (Dragó dejó dicho que en su entierro sonara Butterfly mornings); el perfil, en la noche, sonando Captain Buffalo, de Woody Strode, aquel impresionante sargento negro, negro de verdad, no blackface, redimido por el misógino y racista John Ford cincuenta años antes del Me Too; Henry Fonda, el antipático Owen Thursday obsesionado con las ordenanzas de Fort Apache…

Cuando mi generación se haya ido muy pocos entenderán lo que el cine significó para nosotros.

Por cierto, Urtasun, Charles Bronson, Chato el Apache, era de origen lituano. Lo tiznaban.