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Cartas al director

El viaje reflexivo de la ancianidad

Viajar solo; con un destino esperado; recordando el pasado, diverso, nunca monótono; arrepentido con penitencias; consolado por los que olvidó; agarrado a los libros, maestros de ilusiones y proyectos; sentado siempre sobre piedras puntiagudas; horizonte abierto, como era de esperar, inalcanzable...

Viajar solo... como ermitaño abandonado... con memoria... sin tertulias... palabras interiores... lenguaje oculto... ¿Sería verdad todo lo que creyó construir?

Más de la cuarta parte de la sociedad «anciana» se encuentra en situación descompensada con el resto, no por la economía, que también, sino, sobre todo, por los avances imparables de los medios de comunicación... sin solución de continuidad.

Reflexionaba un compañero de aquellos años 70:

“Podríamos vivir en paz, pero por nuestra mísera condición humana no podremos hacerlo.

Parece que ha sido así desde Caín y Abel. Es algo intemporal.

Ahora nos ha tocado a nosotros. Pero si miras a lo largo de la historia o a lo ancho del mapa, el 99% de los hombres viven y han vivido aperreados por culpa de unos pocos, ya sean retorcidos políticos o fanáticos religiosos; sean salvajes o pulcros dirigentes de multinacionales...” (mi amigo Pedro Nogueira)

No soy tan negativo a pesar de que firmaría el comentario de mi compañero.

Creo que la sociedad actual, con una juventud asfixiada por el engranaje autócrata heredado, romperá moldes, abrirá horizontes libres y, será capaz de instaurar un nuevo código ético que permita implantar paz y prosperidad social por encima de los históricos poderes fácticos del género humano.

Reflexionar de mayor tiene la ventaja de no engañarse a uno mismo y SÍ, descubrir, inocentemente, las engañosas herramientas que hicieron posible que los hombres fueran capaces de pensar que el poder, la religión, y las armas traerían paz y prosperidad.

Todo un error, porque la paz y la prosperidad sólo serán herencia futura si la nueva juventud fortalece sus principios de justicia, convivencia y compresión.

El viejo, solo, seguía su camino; allá, en lontananza, volvió su cabeza... sonriendo, desapareció.