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Cartas al director

Lobos

He leído recientemente que un joven pastor ha perdido la mitad de su rebaño de ovejas porque se las han comido los lobos. Está indignado con los políticos urbanitas que legislan desde sus despachos sobre el campo sin haberlo pisado en su vida. Dice que se trata de un tema puramente ideológico, que además de ser completamente inadecuado en sí mismo, perjudica también otras cuestiones relacionadas con la naturaleza, arruina a los ganaderos y deslegitima a quienes promulgan tan injustas leyes.

Me da la impresión de que el pastor va a perder todas sus ovejas, quizá ni siquiera las maten los lobos, es posible que algún funcionario convenientemente adoctrinado las «sacrifique» de manera incruenta –asegurándose de que no haya maltrato animal– y se las haga llegar ya troceadas y en raciones a los lobos, a ver si así de paso se limita la ferocidad de esa especie, que estará protegida, pero es muy violenta.

Sospecho que los redactores de la ley pretenden que el pastor comprenda que lo propio de los lobos es matar ovejas y que no se les puede culpabilizar –y mucho menos perseguir– por ello. Por el contrario, debería aceptar sin rechistar que las ovejas siempre han sido su alimento y dejar de protestar. Además, con un rebaño tan numeroso hay para todos y en lugar de ser tan egoísta lo que tiene que hacer es compartirlo y ser más solidario.

Esto de legislar se ha convertido en una peligrosa adicción para aquellos que van experimentando el poder y la impunidad con la que lo ejercen. Especialmente cuando lo legislado no tiene que ver con ordenar la convivencia o facilitar un mejor desarrollo de la sociedad, sino que obedece a razones ideológicas, de adoctrinamiento o vaya usted a saber. No hace falta ser pastor para darse cuenta de lo que va a pasar con los rebaños. Tampoco hay que ser un premio nobel para comprender que esto no va solo de política, son lobos con piel de cordero.