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Cartas al director

Sectarismo nacionalista

El último episodio atroz del nacionalismo es protagonizado por el primer ministro hindú Narendra Modi. Afecta a la erección de un templo en el espacio que ocupó una antigua mezquita del siglo XVI. Aquella mezquita fue destruida por una turba desbordada de salvajes nacionalistas hindúes en 1992. Como si esa mezquita no fuese parte de la historia de la India. Es magnífica la iniciativa de construcción, pero mira por dónde, ha de hacerse sobre las ruinas de un icono musulmán. Sé que la construcción de la mezquita de Ayodhya bien podría haberse inspirado en la misma historia de España, donde las mismas piedras de sillería acomodaron santuarios de diversos credos. Fue el aprovechamiento de la cantera, una suerte de mutualismo arquitectónico lo que permitió esa simbiosis interreligiosa. No es, sin embargo, lo que acaece hoy en el norte de la India. Persigue avasallar y someter los 210 millones de musulmanes que aún quedan en la India desde su guerra fratricida con Pakistán. Aproximadamente el 15 %. Así es como se desestabiliza el mundo. Exacerbando lo propio hasta el límite, a costa del adversario o del rival. El culto a lo particular es hermoso. Es el natural y racional apego a lo inherente, entramado en el amistoso respeto a lo de los demás. Es la armonía de las variedades, en un mundo cada día más mestizo. El nacionalismo, por el contrario, pudre las raíces entrelazadas que interaccionan en el mundo global en el que estamos inscritos. Funde lo híbrido, para vigorizar lo particular en exclusiva. Destruye lo diferencial en lo que nos es común. El sectarismo construye la historia como mero compendio de lo que podría haberse evitado.