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Cartas al director

Señora presidenta, señoras y señores diputados

Señora presidenta, señoras y señores diputados.

Quisiera, aunque sé que esto sería imposible, que el hemiciclo estuviese lleno de parlamentarios, lo mismo que me he dirigido en varias ocasiones individualmente a vuestras señorías, en este día me apetece, como español que paga sus tributos, dirigirme desde esta tribuna a vuestras señorías con el beneplácito de la presidenta del Congreso.

Señores diputados: de vez en cuando veo los debates, a veces risibles, de vuestras señorías, y como si se tratase de un espectáculo de circo, cada actor quiere hacer su gracia particular, que, dicho sea de paso, lo único que les falta es la engomada nariz roja y la cara pintada de blanco.

Los asuntos que siempre tratan son quimeras que cada partido, con su particular palabreo, aunque con la doctrina que les dictan sus religiones de partido, va adosándose uno a uno los encargos que el jefe de filas le ha entregado para su discurso y enseñado que diga.

La mente y el día a día de los asuntos a tratar no se piensan, su inmadurez y capacidad política les hace ser meros oyentes, solamente si los chistes son buenos a reír los que estén despiertos. Hasta que otro compinche de partido le dé un codazo para salir del sueño de Morfeo. ¡Sí, hombre de Dios!, también me dirijo a usted. A su señoría también le pago yo como todos mis conciudadanos, escuche la palabra del pueblo, personificada por este que les habla: sin el pueblo no sois nadie.

Señorías: estáis todos destruyendo a mi nación.

(Voz de la presidenta): señor Medina, termine.

Termino, señora presidenta: destruyendo, arruinando y segando el destino de España con vuestros programas de partido, tanto de los unos como de los otros.