Cartas al director
La tauromaquia desde dentro
Que el político antitaurino de turno manifieste su enconado y visceral odio a un arte que desconoce no nos debe preocupar. Aún no han comprendido que son representantes y gestores de los intereses de todos los españoles y no sólo de los que comparten sus mismos gustos o tendencias.
No deja de ser sarcástico que invirtamos en la preservación de animales como el lince, el lobo o el oso y, sin embargo, se intente exterminar al toro bravo y por ende a su ecosistema único, la dehesa. Díganme ustedes, ¿qué sería de éstos cuando desapareciesen los espectáculos taurinos?
Aunque todo lo anterior son meros fuegos de artificio, algo cansinos ya por repetitivos. El peligro está como el caballo troyano homérico, dentro. Sí, en efecto, ciertas prácticas incomprensibles se han convertido en un cáncer para la tauromaquia.
¿Qué sentido tiene anunciar los carteles de Las Ventas a primeros de febrero cuando tenemos ferias previas tan importantes como Fallas y Sevilla? ¿Qué mensaje se le manda al torero emergente que arriesga en la arena su bien más preciado para conseguir notoriedad mundial estando en las tardes isidriles, si ya éstos están cerrados?
Llama también poderosamente la atención las ternas presentadas que en muchos casos no representan lo demandado por el verdadero aficionado, el empresario vuelve a imponer su monopolio agrupando la figura de juez y parte en muchos casos: toreros en su ocaso y sin relevancia en la temporada pasada restan tardes a los triunfantes de la pasada. Con las ganaderías ocurre lo mismo, la repetición de algunas más de una tarde impide que los aficionados disfruten de otros encastes tanto o más atractivos que pondrían en aprietos al espada y harían las tardes más emocionantes, pues el toro noble y de embestida previsible, aburre ya.
No por viejo y enquistado dejaré sin observar el daño que hace al espectáculo que determinas primeras figuras veten a otras en el ruedo o la repetición de las mismas ternas o que el arte de picar pase sin pena ni gloria por su falta de profesionalidad, con lo importante que es la suerte de varas para el adecuado devenir de la lidia.
Finalmente, un público cada vez más bullicioso y despreocupado que acude en masa por motivos, a veces, distintos de los meramente taurinos y que parecen olvidar que asisten a un espectáculo trascendental en el que un hombre administra sus miedos y expone su vida con una muleta por única defensa ante un bravo astado.
¡A la tauromaquia hay que empezar por defenderla desde dentro, señores!