Cartas al director
Caiga quien caiga
Resulta que cuando uno se ve en una situación incómoda o comprometida, lo mejor para desviar la atención es echar mano de frases recurrentes. Por ejemplo, cuando la ministra portavoz del Gobierno asegura que la educación es clave para el futuro de nuestra sociedad. No importa que hayamos obtenido los peores resultados en el informe Pisa. Lo mismo ocurre cuando le preguntan a Sánchez por la corrupción y promete que «será implacable contra ella, caiga quien caiga». No importa que se indulte a decenas de corruptos. Claro que los españoles sabemos que, cuando dice esas cosas, se refiere a todos menos a él. El presidente del Gobierno tiene la osadía de decir que cambia de opinión.
Caso contrario es el de la vicepresidenta Montero, esa andaluza tan elocuente que ha afirmado a los periodistas que «yo sé lo que yo haría». Efectivamente, todos sabemos lo que haría, porque ya tuvo su ocasión con los ERE y resulta que no dimitió. En aquel caso no primó el «caiga quien caiga» y dejaron más solo que la una a Griñán, que se abstuvo de cantar a cambio de no entrar en prisión al tener un compromiso adquirido. Tampoco lo es el de Irene Montero por su controvertida ley del 'solo sí es sí', que ha permitido la liberación anticipada de violadores. Tampoco cayó nadie. Lo mismo ocurre con Marlaska, quien ha pulverizado todos los récords como el ministro más reprendido y reprobado en democracia.
Y tampoco lo es el de Ábalos. Será divertido ver cómo se desarrolla este capítulo político, si es por las buenas o por las malas. Si es por las malas, puede llevarse consigo a todo un Gobierno. Seguramente después, Pedro Sánchez le diría a Ábalos en total confianza: ¿no ves que lo de por «caiga quien caiga» no iba por ti, sino por el programa de televisión?
Ánimo, José Luis. Sé fuerte.