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Cartas al director

Elecciones en Cataluña, ¿para qué?

El 12 de mayo tendremos elecciones en Cataluña. ¿Para qué? Quizás la respuesta sea porque el presidente Aragonès no ha querido aceptar las condiciones impuestas por los comunes para votar los presupuestos presentados por su Gobierno. Los comunes han adoptado esta decisión, porque es obvio que la causa exhibida no tiene un fundamento ni consistencia suficiente como para justificar una decisión de tanta trascendencia. Los comunes no estaban en contra de los presupuestos del Gobierno; estaban en contra de asegurar la continuidad de un Gobierno de ERC, apoyado por el PSC. Pero hay otra cuestión difícil de responder.

Elecciones, ¿para qué? ¿Para hacer qué? ¿Con qué objetivos, con qué propósito? Esto no está claro; es más, se podría decir que parece que no preocupa demasiado a nadie. Debería creerse que de las elecciones, todos los partidos, especialmente el que las convoca, se espera una mayor y más sólida estabilidad. Se trataría de sustituir un Gobierno minoritario por otro con una mayoría más sólida, capaz de afrontar los retos que el momento plantea. El gran reto puede ser buscar estabilidad, prioridades, salidas de la realidad social del país. ¿Un Gobierno más cohesionado alrededor de una alternativa independentista? Por ahora no parece que los protagonistas de un acuerdo de esta naturaleza estén por la labor. Se sienten incompatibles y lo demuestra con constante ilusión. No, la estabilidad no parece estar en la prioridad de los partidos que la podrían garantizar. Unas elecciones a favor de una futura y sostenida estabilidad sería un gran objetivo, pero no lo es ni se propone abiertamente como expectativa razonable.

¿Para qué, pues? ¿Para afrontar la sequía? De momento, lo que se prevé es que la campaña será un constante rifirrafe entre candidatos para ver quién lo ha hecho peor hasta ahora. Hablaremos de culpas, no de soluciones. ¿O quizás creemos que el problema de los agricultores se solucionará por sí solo? Las medidas también son urgentes y no tenemos presupuestos ni interlocutores seguros en su representatividad institucional. Y lo mismo podríamos decir de cómo afrontar la gran crisis del sistema educativo. Ahora, prácticamente, nada se podrá decidir –de contenido– hasta después de las vacaciones escolares. ¿Qué coste de futuro tendrá este retraso? ¿Será en la política institucional donde hay que situar la esperanza? ¿Cuántas visiones diferentes habrá que poner de acuerdo, si hasta ahora no se ha conseguido? Y, en todo caso, lo que se discute es quién ha hecho más para buscar soluciones políticas al problema de las relaciones Cataluña-España, negando la eficacia a los que han participado. La discusión es si este acuerdo es un punto final, inicial, un simple paso, un hecho irrelevante o un volver a empezar para hacer lo mismo. Todo esto llenará los discursos de la campaña, pero no se explicará cómo hacerlo, ni con quién, ni con qué complicidades, ni cómo integrar los problemas de la gente en un proyecto colectivo inclusivo y estimulante.