Cartas al director
Todo libro deja una enseñanza
Confieso que todavía no he leído la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos. Sí, he leído las disímiles opiniones que ha generado la publicación de la novela corta, o relato largo –como lo llaman algunos–. El público lector se encuentra dividido. Hay defensores y detractores.
La novela, escrita en el ocaso de un escritor magistral, aquejado por la demencia, quizás no llegue a llenar las expectativas de los lectores más exigentes. El propio Gabo dijo que la destruyesen, que no valía la pena publicarla. Sus hijos y herederos han roto ese pedido, y han decidido lanzarla el día que el genio hubiese cumplido 97 años. Me viene a la mente la actitud similar de Max Brod, amigo personal de Kafka, que omitió la petición del autor checo, de destruir todos sus manuscritos; si lo hubiese hecho, nos hubiésemos perdido magníficas obras.
Todavía hay quienes piensan que Memoria de mis putas tristes, publicada en 2004, es una obra menor, al igual que ahora dicen de En agosto nos vemos. ¿Qué tan complicado puede llegar a ser para un autor no repetirse en cada obra? Memoria de mis putas tristes me pareció divertida y entretenida, me sacó muchísimas carcajadas esa novelita.
Con Cien años de soledad no he logrado sobrepasar la página 15. Se me cae de las manos. Me parece un deseo mayor, una exaltación hacia el parnaso literario. Prefiero El amor en los tiempos del cólera, una novela suprema, muy bien lograda, perfecta; creo que leí en alguna ocasión que era la obra favorita del mismo García Márquez.
No perdamos la oportunidad de leer la despedida del Gabo, En agosto nos vemos, es su mensaje desde el más allá, su llamado de atención, su último recuerdo. Todo libro deja una enseñanza, no importa si es malo o bueno –es tan subjetiva la clasificación–, que sería una quimera enviar esta novela al cementerio de los libros olvidados.