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Cartas al director

Cultura y fe

Ciencia y fe, cultura y fe… son temas recurrentes sobre los que no se cesa de hablar y de escribir día tras día, tal vez porque hay como un empeño en aislar la fe de todo lo referido al humanismo cuando en realidad es la fe quien lo sustenta.

El Concilio Vaticano II ofrece una definición, en sentido general, de que con la palabra cultura se indica «todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano». Es una definición extensa y particularmente diversa porque comprende multitud de aspectos. Y todos estos aspectos tienen un actor común: el hombre. El hombre, cada hombre, todos los hombres tienen vocación de eternidad: todos somos creaturas de Dios. De Dios venimos y a Dios tendemos y, en consecuencia, esa fe que motiva nuestra existencia está realmente presente en todo el actuar humano. Por eso la cultura en sus diversos aspectos está fundamentada y sostenida por la universalidad del hombre, quien la desarrollará de acuerdo con sus peculiares circunstancias familiares, laborales, sociales o preferencias, pero siempre con un eje común que es la fe. Decía Juan Pablo II en una de sus visitas a España: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida».

Juan Antonio Narváez Sánchez

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