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Cartas al director

Agazapada y al acecho

La aciaga noticia que leo en el periódico me lleva a recordar el breve cuento «La Muerte en Samarra». La cita para todos es ineludible, ¿cuándo, dónde, cómo?. Procuramos ni tan siquiera mentarla ya que es tabú, da mal fario; ricos y pobres, poderosos y humildes, todos estamos de paso y el barquero Caronte nos transportará algún día en su barca para atravesar la laguna Estigia; pensamos que podemos engañarla, driblarla, pero al final nos atrapa en lo que será nuestro postrer abrazo; reconozcamos que su presencia es lo más democrático que existe: ni el dinero, poder o amenazas la arredran, no admite sobornos; con ella no hay favoritismos que valgan; su proceder es incorruptible. No acepta amaños, chanchullos, comisiones, etc., su guadaña no admite distinciones. Resulta espantosamente cruel cuando espera a un niño y mediante un juego de funestas casualidades y carambolas le arrebata su tierna e inocente vida como nos demuestra la tragedia recientemente acaecida en el donostiarra barrio del Antiguo que nos ha estremecido; el grito espantoso, aterrador de una madre que incrédula ve lo que acaba de suceder no consigue dar marcha atrás la tragedia. Nos preguntamos cómo es posible castigar con semejante saña a una criatura de tres años, qué lotería tan siniestra decidió que él fuera el agraciado. Vive entre nosotros, mimetizada, camuflada cual camaleón, siempre agazapada y al acecho eligiendo a su víctima sabiendo de antemano que todos lo seremos. Ella es la única inmortal: su nombre es Muerte, poéticamente, Parca.