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Cartas al director

La Feria de Sevilla: solemnidad, mito y unidad

Recuerdo cuando un experto en comunicación hizo hincapié en lo que un mito significa: algo que une a personas muy diferentes entre sí. Tanto la Semana Santa sevillana como su Feria son dos ejemplos fidedignos de ello; y en España, estamos muy necesitados de trabazones que nos unan en alegre hermandad.

Lo que marca la diferencia entre la Feria de Sevilla y una juerga cualquiera es la solemnidad del momento. La formalidad en los códigos de vestimenta, el distinguido gracejo de los trajes de flamenca, el folclore de la decoración y el hecho de que haya que esperar un año para su celebración transfiguran este mito en rito.

A esto, anexémosle el hecho de que algún amigo tenga la deferencia de invitarte a su caseta y después tú le correspondas con otra invitación o con un regalo. La Feria de Sevilla consigue que se recupere la cultura del obsequio y de la correspondencia; sobre todo, en unos tiempos en los que la gentileza, el pundonor y la caballerosidad parece que brillan por su ausencia.

De este modo, la Feria de Sevilla logra que las amistades sean más respetuosas y sublimes; y aunque esta fiesta dure tan solo una semana, lo importante es el sempiterno recuerdo que nos deja. Marcel Proust no hubiese dudado en afirmarlo.

Decía G.K. Chesterton que una de las características de los pueblos católicos es el no perder la alegría y el colorido en sus festividades; y la Feria de Sevilla es un ejemplo esclarecedor de esta realidad. Por algo, J.R.R. Tolkien se inspiró en Andalucía para ilustrar las entrañables fiestas de Hobbiton, donde sus habitantes comían y bebían en armonía, además de ser dados a hacerse regalos entre sí.