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Cartas al director

Externalización

¡Qué palabra esta tan curiosa, externalización! Así, a la primera impresión, podría parecer que se refiere a un caso de poltergeist, como si uno saliera de uno mismo y tomara conciencia de sí desde fuera: algo misterioso, paranormal y terrorífico. Digo esto, sobre todo, por la cara de horror, por las imprecaciones, los exabruptos, las convulsiones y por la descomposición general que muestra la progresía en el poder y sus aledaños cuando aparece el vocablo, que, en términos prosaicos, consiste en ceder la gestión de determinados servicios públicos a empresas privadas, con objeto de optimizar los recursos y mejorar la prestación.

Estaría faltando a la verdad si dijera que esto es definitivamente así, que la gestión externa arroja siempre mejores resultados; pero también lo estaría haciendo si afirmase (como es frecuente) que externalizar un servicio es inequívocamente un modo de privatizar, de vender lo público, lo que es de todos, a unos pocos, a los empresarios a los que se contrata para la administración de un bien público. Pero, aún más, sería un embustero de tomo y lomo si mantuviera que toda iniciativa pública es susceptible de ser ejecutada por actores privados, que la administración pública es prescindible y que, por tanto, un país sería mejor si funcionara como un holding. No lo creo y nunca lo creí, entre otras cosas, porque muchas de las tareas públicas son poco rentables económicamente y, consecuentemente, serían abandonadas por el sector privado.

Es por eso que me sorprende sobremanera que los fanáticos de lo público y de la nacionalización de todo, hasta del pensamiento y la opinión, contemplen con agrado la externalización de dos de los servicios más sensibles para una sociedad: la vivienda y la seguridad. Ahora, resulta que la solución para la falta de vivienda para las clases más desfavorecidas no son las políticas públicas de vivienda, la promoción de vivienda pública, sino la «okupación», tolerada y protegida (cuando no jaleada) por el poder, que parece que ha decidido que el remedio para la carestía habitacional es que conglomerados privados de la usurpación y la extorsión se hagan cargo del problema.

Y, ¿qué decir de la seguridad?, si te «okupan» tu propia casa (¡qué vergüenza ser propietario!), la seguridad pública está al servicio de la protección de los vulnerables, que, naturalmente, no son los dueños, sino los desamparados «okupas». Pero, como para todo hay una solución de externalización, existen empresas privadas especializadas en la intimidación para intentar convencer a los desvalidos de dentro de que el despojado de fuera está indefenso y de que deben «desokupar» el inmueble, no sin una compensación, claro, por las molestias ocasionadas.

¡Vivir para ver!