Cartas al director
Ángélica Rubio, hacedora de bulos
Ante la escasa relevancia que las noticias publicadas en «El Plural» tienen, el «sextáreo» García Ferreras sentó en su plató de «Al rojo vivo» a Angélica Rubio, quien con una media sonrisa –que delataba el sentimiento de reina del mambo que parecía poseerla– comenzó a narrar una gravísima irregularidad que, sorpresivamente, salpicaba al juez Peinado, encargado de la causa de la señora del césar Sánchez: la Rubio –que hay que recordar que fue jefa de prensa de Zapatero, para dejar así constancia de su absoluta y declarada parcialidad periodística– acusaba a Peinado de tener dos DNI, uno oficial y otro oficioso con el que, supuestamente, acometería ciertas actividades que quedaban fuera de legalidad, concretamente vinculadas al mercadeo inmobiliario.
Sin embargo, como hace tiempo que en la Sexta no hay vida inteligente, nadie se percató de que tras esa intentona de acoplar sin paños calientes varios delitos al juez del caso Begoña –a pesar de que el tonillo, además de servil con La Moncloa convertía el relato casi en una parodia esperpéntica del doctor Jekyll y Mister Hyde como si de una doble personalidad del magistrado tratase el asunto– lo que ahí había era una evidente desinformación: Peinado tiene un único DNI, pero –¡oh, sorpresa! –en España hay otro señor que, por causalidades del destino, tiene el mismo nombre y apellidos que este, o a la inversa y, por tanto, otro DNI asociado a dicho señor.
He ahí el misterio de los dos DNI del juez Peinado, algo anecdótico y que sólo podría alumbrar unas risas ante la ineptitud de estos informadores, pseudosiervos de la gleba socialista –porque el concepto de periodista entraña unas implicaciones éticas que dicha patulea no alcanza– de no ser porque resulta una muestra de, como decíamos, la más pura desinformación: un bulo de manual contra los que lucha Pedro Sánchez activados, según él, por una derecha mediática, judicial y política, propietaria de la máquina del fango; por ello, sólo cabe preguntarnos dónde se encuentran hoy aquellos que se erigían adalides de la democracia, ministros de la (des)información ante un ataque tan grave como burdo, torticero y, sin duda, partidista