Cartas al director
Baztán
Les invito a descubrir la explosión de verdor del Baztán. El Camino Baztanés entre Ainhoa y Lanz, en tres etapas, les brinda chorros de frescura en avalancha de prados y de bosques. Andanadas de caminos, cuestas y collados, que dan paso a nuevos caminos que se adentran entre los hayedos y robledales. En no pocos tramos, es difícil ver la luz entre tanta exuberancia. Ovejas lachas peludas a los lejos, que no saben de las grescas del Congreso. Vacas, que espantan con el rabo el paso del tiempo. Entrar al Baztán es escrutar la introspección. Es escudriñar cosas distintas de la fatiga que nos impone en no pocas ocasiones el signo de los tiempos. Es perder la cobertura de la comunicación. Es exponerse a la mirada tonta de las vacas. Es pisar sin querer una moñiga, que huele a raíces y tradición.
Qué pedazo de terapia, hasta para el agudo dolor que genera, el conocer en mi caso que mi hija se ha equivocado de combustible en el repostaje de mi coche. Con coche prestado a la aproximación, el Baztán envuelve y acurruca, y se deja acurrucar. Añade sabor rural y acompaña con aroma de heno el gintonic de celebración con La Roja, que cobra sentido contra la vecina Francia. Hace fresca y trasparente la risa del amigo que te acompaña en el Camino, aunque su humor sea más bien inglés. Evoluciona en franca sonrisa, ya entrada en la noche. «Todos a una, aquí», es la traducción del vascuence para esta denominación de valles, jaspeados en sus tonalidades verdes. Qué derroche de conducta vecinal, ante tanto atropello político a la vida propia, y sobre todo colectiva. Todos a una, aquí, en el Baztán. Reposo y Camino. Sosiego en esta mar rizada de montes y de colinas. Pueblines bien cuidados en su encaladas fachadas; balcones barnizados, rojos de frescos geranios. Conversación y comunicación sin dobleces, aunque mi compañero andante tenga humor inglés.