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Cartas al director

Protocolos

El campeonato de Europa con el acúmulo de actos y la presencia de tantas y distintas autoridades ponen de actualidad al protocolo. Cuando entraba en la tienda Sebastián Gahete, Ultramarinos y Coloniales, la vista se iba a los tarros de caramelos Tardá y al mueble lleno de cajoncitos que contenían bobinas de mil colores rotulado con las letras C. A. Hilaturas de Fabra y Coats. Camilo Fabra y Fontanills (1833-1902) y primer marqués de Alella. Presidió Sucesora de Fabra y Portabella, que se fusionaría con los escoceses J&P Coats, para formar Hilaturas de Fabra y Coats.

En 1883 salió a la luz su libro «Deberes de buena sociedad». Protagonista de la vida social y cultural de Barcelona, organizaba en su residencia de Canaletas fiestas a las que acudía lo más granado que eran recibidos «con proverbial distinción».

Fabra recogió todos sus conocimientos en el libro citado porque echaba en falta «una especie de código que evite en determinados casos de la vida el tener que preguntar qué conducta debe seguirse para no singularizarse».

Es proverbial cómo Sánchez, por ignorancia, arrogancia o mala educación, se salta el protocolo. O a Marisú, hooligan que confunde escaño con graderío.

El protocolo, en la que una cosa buena, la permeabilidad social, permite que el hijo de un analfabeto comparta la Jefatura de Servicio de Trauma, es un ejemplo, con el compañero que la ejerce como cuarta generación de su familia o que, por mor de la democracia, merluzos como los arriba citados alcancen altos destinos, es lo único que puede garantizar un buen fin.

Antes en los actos institucionales y hoy en todos los ámbitos se ha comprobado que es la mejor garantía para que sea cual sea la naturaleza del acto, este se desarrolle con orden, eficacia y estética adecuada.

Bego, no le regales barrabeses, regálale el librito.