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Cartas al director

Realismo mágico

Fue ojeando un periódico, de la manera más casual, como di con ella, con Rosa Helena Fergusson. La letra impresa me sedujo y me llevó hasta su fotografía, una fotografía en blanco y negro típica de la época. Nada se trasluce de esa imagen, nada fuera de lo normal: era enseñante. Me la imagino acudiendo a dar clases cada día en el Instituto Montessori de Aracataca, donde estudiaba Gabriel García Márquez.

Parece ser que el Nobel, ya premiado, la nombraba en sus libros generosamente y ella subrayaba con rotulador los pasajes que la mencionaban. Era feliz con ese placer no obsceno de saberse querida y admirada por el insigne alumno. La novela que más le gustaba era El coronel no tiene quien le escriba y, qué paradoja, el resto no le complacía demasiado «por enredada».

En el año 1995 el pupilo la distinguió como una de las mejores docentes de Colombia, no en vano enseñó durante sesenta años de su prolongada y prolífica vida. Fueron cincuenta y seis, casi sesenta, los que el coronel de la famosa novela del mismo nombre estuvo esperando una carta que nunca llegó. De la misma manera, ella también envió cartas a ministros, incluso al presidente de entonces, con el fin de que la ayudaran a conseguir una beca y una casa para uno de sus siete hijos. Y, como él, jamás obtuvo respuesta. Podrían parecernos vidas paralelas: una literaria, la del coronel, y otra real, la de la maestra.

Esta noticia a la vez melancólica y hermosa me atrajo desde el primer momento: qué mujer más grande en su pequeñez. Si nadie respondió a los ruegos del coronel, se me ocurre que nunca es tarde para restituir la memoria de personas como la maestra. Tras enterarme de su reciente fallecimiento, he decidido rendirle mi admiración, al menos, con la palabra. La palabra nos da la posibilidad de ser y de hacer inmortales a los demás. Así sea.

Este es el resumen del artículo que escribí hace ahora casi veinte años. En septiembre del mismo año recibí una grata sorpresa: una de las hijas de la maestra, Claudia Marcela Acuña, me correspondió agradeciendo el gesto con términos de afecto y satisfacción.

¿Cómo pudo darse esta cuadratura del círculo? Un texto cuyo único objetivo era ensalzar la valía de la maestra que enseñó a leer y a escribir a Gabriel García Márquez, acabase siendo leído por su propia familia al otro lado del Atlántico. Añadiré un pequeño detalle: Rosa Helena enseñaba a sus infantes en el citado Centro Montessori de Aracataca y la que firma estas letras también es docente en el Colegio Montessori de Zaragoza. Así es.