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Cartas al director

Otoño en Castilla

Llega septiembre y los pueblos de Castilla se quedan tristes, mortecinos, una vez más sin las personas habituales del verano, que vuelven a sus campamentos de invierno, la mayor parte de ellas a los Madriles. Es entonces cuando lo de la España vaciada se convierte en una realidad evidente y palpitante. En mi caso y en el pueblo de mis gratas estancias veraniegas, San Juan de la Encinilla, ya en los primeros días septembrinos parece cambiar hasta la luz, que se vuelve más pálida, menos brillante y deslumbradora, en definitiva más triste e invernal; el silencio «se oye» más que nunca, silencio que ya no rompen los coches de los veraneantes e incluso parece que disminuye el número de tractores que pasan.

Aunque creemos que estamos deseando volver a la ciudad, una vez que estamos otra vez instalados en el ruido y ajetreo de ésta, echamos en falta y miramos con nostalgia infinita al pueblo, a San Juan de la Encinilla en este caso, a la Moraña, a Ávila, y a toda esa España rural, cada día más vacía y que espera inútilmente tener más vida, más movimiento, más personas que den calor y compañía humana a estos pueblos moribundos. Poco cabe esperar de una sociedad que, de forma progresiva, hacina a las personas en las ciudades, deja morir la vida y cultura rurales y vacía nuestros pueblos.