Cartas al director
Misericordia y paz
Nos quejamos continuamente de las guerras, de la falta de paz, de lo difícil que se hace la convivencia. Siempre encontramos motivos para alterar la paz: en la vida familiar, profesional o social. Y es que queremos una paz a nuestra manera, como si la paz no fuera una palabra unívoca. Prima el egoísmo, la propia supremacía y nos falta comprensión, tolerancia y hasta entendimiento para evitar cualquier tipo de confrontación.
Vivimos, a veces, un tanto alejados de la contemplación de la misericordia divina, «el atributo más estupendo del Creador y del Redentor». La Iglesia predica la misericordia divina, quiere que todos los hombres se acerquen a las fuentes de esa misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. Vienen a cuento las palabras atribuidas a Santa Teresa de Jesús, o mejor, escuchadas por la santa en un momento de su oración personal: «Teresa, yo he querido... Pero los hombres no han querido». Sí, es el discordante y contradictorio comportamiento humano, la respuesta humana a la Voluntad de Dios y el respeto de Dios hacia la libertad humana que Él mismo quiso para nosotros, como también quiso y quiere la paz.