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Cartas al director

Hispanidad

A pocos días de la fiesta nacional, las cosas no están para muchas alegrías en esta España nuestra. Aunque no siempre se cumpla que «cualquier tiempo pasado fue mejor», lo cierto es que hoy vivimos uno de los periodos más sombríos de nuestra historia. La causa son unos gobernantes cuyos altos cargos contradicen su baja condición, y que anteponen su propio interés al de la nación española. Así mienten con cinismo y ceden al chantaje de los enemigos de España, esos que trabajan para desmembrarla, como antaño hacían con algunos reos antes de esparcir sus restos por los caminos.

Pero el día de la Hispanidad no es momento para la melancolía, sino para reafirmarnos como una gran nación de 48,5 millones de almas, con una historia común y fértil en grandes logros, entre los que sobresale la colonización del Nuevo Mundo, donde España se proyectó mediante una lengua universal, unas leyes justas y el humanismo cristiano que sustituyó a aquellos dioses terribles que exigían sacrificios humanos por Uno que quiso morir por amor a sus hijos.

Y esa acción civilizadora, favorecida por el mestizaje, no tiene parangón en la Historia universal, por más que lo nieguen con estúpida insistencia los hispanófobos propios y ajenos. Así que el 12 de octubre, cuando icen la bandera ante S.M. el Rey, quizás cabría recordar las palabras del teniente Martín Cerezo, el héroe sitiado en la iglesia de Baler (Filipinas), en 1898: «Enronquecían desde las trincheras enemigas voceándonos todo linaje de improperios, y es que aún valíamos para enfurecerles, aún había cartuchos para continuar defendiéndonos, y aún seguía en la torre, a despecho de lluvias y tempestades, de angustias y violencias, la bandera de nuestra patria infortunada».